Por esta época matizada de días soleados y lluvias torrenciales, para la mayoría de citadinos pasa desapercibida la oleada de seres alados que nos visitan desde hace varias semanas. Son aves de diversos tamaños, formas, colores y hábitos, que buscan un clima más favorable para pasar el invierno del norte.
Sesenta especies de aves migratorias llegan a los humedales de Bogotá, provenientes de Norteamérica (según registros de la Asociación Bogotana de Ornitología), viajan desde Alaska, Canada y Estados Unidos, como lo han hecho desde hace miles de años, unas para quedarse y otras para hacer una pausa y luego proseguir más al sur del país. Los humedales son uno de los ecosistemas preferidos para tal fin, allí encuentran refugio, hábitat y alimento suficiente para vivir a lo largo de seis meses antes de su regreso al norte.
Esta dinámica de la naturaleza es la que permite observar en el bosque y espejos de agua del humedal de Córdoba, un espectáculo de vuelos cortos o zambullidas en busca de alimento; de llamados desconocidos y ocultos; y de poses coloridas en el agua o en ramas de árboles, todo ello en convivencia armónica con las aves residentes. Gavilanes, Reinitas, Patos, Mirlas, Vireos, Atrapamoscas, Garzas, Cucos, entre otros, hacen parte de esta danza de vida, que se abre paso en medio de la matriz urbana. Así ocurre en la mayoría de los humedales bien conservados, en donde se ratifica la importancia de continuar con todas las labores para su protección y recuperación, asegurando que la vida silvestre sea cada vez más abundante y año tras año tengamos el privilegio de observar el milagro de la migración, incluso en los parques y jardines de las casas vecinas.